Una de las primeras preguntas que debemos hacernos al encontrarnos en una situación delicada, sorpresiva, desafiante o conflictiva será ¿Cuál es mi objetivo?
La formulación de esa respuesta será la pauta que distinga cuál es la emoción más funcional a la cual debemos conectar, ya que de esta derivará una acción:
• ¿Será nuestro objetivo averiguar la causa de un problema y debemos reemplazar la conmoción por una emoción más entusiasta para contar con la energía de realizar los estudios correspondientes?
• ¿Será nuestro objetivo realizar un reclamo y debemos reemplazar la desidia por enojo para no vacilar hasta obtener una respuesta?
• ¿Será nuestro objetivo conseguir una buena historia clínica y debemos conectar con una emoción más sensible y pacífica?
Todas las emociones son útiles si se manifiestan en la situación adecuada, incluso el miedo puede llegar a ser apropiado y funcional en situaciones donde la respuesta no se revela fácilmente ya que permite corrernos del lugar y pedir ayuda o interconsulta a otro profesional que pueda intervenir.
Otro punto importante para mantener una buena gestión de la emoción es eliminar las etiquetas adjudicadas a otras personas. Acercarse a alguien contando con una premisa previa que defina “esa persona ES tal cosa” habilitará prejuicios internos que conectarán mucho más fácil con una emoción disfuncional complicando así el camino hacia el objetivo.