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17.11.2023 | Guardar contenido Eliminar de contenido guardado Me gusta Quitar Me gusta

Introducción

La inteligencia emocional tiene sus raíces en el concepto de inteligencia social descrito por primera vez por Thorndike, en 1920, quien define la inteligencia como “la capacidad de entender, gestionar y actuar con prudencia en las relaciones humanas”.

 

Aunque muchísimo antes, allá entre el 384 al 322 aC, ya Aristóteles afirmaba:” Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta… eso no es fácil”.

 

Se dice que, desde la praxis cotidiana, una actuación inteligente consiste en saber identificar bien el origen y la naturaleza de las emociones en nosotros mismos para poder controlarlas de manera flexiva, estableciendo relaciones adecuadas entre los pensamientos, las emociones y el comportamiento, como una forma de orientar la vida de manera inteligente.

 

Es necesario significar los acontecimientos que ocurren en las interacciones con aquellos que nos rodean para atribuirle una emoción deseable. Es por esto que la inteligencia emocional se considera una capacidad que puede ser desarrollada y que nos permitirte solucionar problemas adaptándonos a las circunstancias. Una persona con gran capacidad para hacer uso de sus emociones puede dirigirlas hacia situaciones constructivas que potencian su desempeño personal.

 

Inteligencia emocional ¿Puede ayudar a la medicina?

Hay situaciones, ámbitos o profesiones que requieren en mayor medida poner en práctica la inteligencia emocional y la Medicina es una de ellas. Los médicos suelen estar en contacto con pacientes, colegas, administrativos y profesionales de otras áreas en medio de situaciones de dolor y estrés en donde despliegan y ven desplegar un gran cúmulo de emociones: indiferencia, temor, enojo, vergüenza, alegría, confianza, tristeza, etc.

 

En líneas generales la enseñanza de medicina se ha enfocado en desarrollar aptitudes y competencias evaluadas a través de la medición del coeficiente intelectual (CI) pero casi nada a través del coeficiente emocional (CE), aun cuando dentro del área de salud surgen diversas situaciones donde el individuo debe ser capaz de controlar estados anímicos propios y de las personas que lo rodean.

 

Se considera una persona inteligente emocionalmente cuando es capaz de:

1. evaluar las emociones en él mismo, lo que significa tener la capacidad de entender sus emociones profundas y ser capaz de expresarlas naturalmente;

 

2. evaluar y reconocer las emociones en otros, percibiendo y entendiendo las emociones de las personas que lo rodean;

 

3. regular la emoción en sí mismo, una persona con alta capacidad en esta área tendrá un mejor control de sus emociones y será menos propenso a perder su temperamento;

 

4. usar la emoción para facilitar el rendimiento.

 

Según Salovey y Mayer (1997), las emociones tienen su acción sobre la inteligencia: según la emoción que nos genere una determinada situación, estaremos o no en capacidad de dirigir la atención a la información importante, elaborar un buen juicio y tomar decisiones asertivas. Las emociones positivas hacen que las personas afronten los problemas con propuestas creativas e innovadores, desde múltiples perspectivas, analizándolos con optimismo y perseverancia.

 

 

Goleman (2001) en su modelo de inteligencia emocional adiciona también la habilidad de la automotivación como aspecto básico que relaciona la inteligencia emocional con el éxito. La automotivación es nuestra capacidad de dirigir las emociones hacia un objetivo permite que mantener el interés y fijar la atención en las metas y objetivos.

 

Las emociones dentro del consultorio

Las emociones dentro de un consultorio no solo pueden provenir de una dolencia o un diagnóstico, sino también de todas las tensiones de la vida propia tanto del paciente como del profesional (horarios, cansancio, familia, tráfico, carrera laboral, etc).

 

Existen diferentes formas de manejar las emociones. Hay personas que toman consciencia de sus propias emociones y se muestran seguras de sí mismas, otras que no manifiestan sus emociones y las ocultan, otras que caen y desbordan de emociones reaccionando de manera exagerada, otras que aceptan sus emociones y otras que las niegan hasta para ellos mismos.

 

Muchas de las emociones aparecen debido a distorsiones cognitivas, y desde allí surgen: el catastrofismo, la sobregeneralización, el creer saber lo que piensan los demás, la culpa, el perfeccionismo, la bipolarización y otras manifestaciones similares.

 

Sean cuales sean las emociones está claro que son:

ꞏ Subjetivas: cada persona vive diferente una misma situación

ꞏ Fisiológicas: producen en el organismo sensaciones físicas (temblor, palpitaciones, rubor, mareos, etc)

ꞏ Funcionales: conducen a una acción posterior, ya sea para la huida o para la lucha.

ꞏ Expresivas: se manifiestan a través de palabras, expresiones faciales y corporales.

 

Un profesional y un paciente con inteligencia emocional podrán nombrar el problema, controlar la situación, expresar lo que sienten, manifestar dudas y temores, esperar estudios y resultados. Por el contrario, aquellos sin inteligencia emocional probablemente recurran a disfrazar o minimizar una situación, ignorar síntomas, frustrarse o decepcionarse de los resultados, no avanzar con ningún plan de acción, o hasta incluso gritar y agredir.

 

¿Cómo puede afrontar el profesional de la salud sus propias emociones, sus dudas o sentimientos ante una determinada situación o paciente?

Entre las claves para responder a esta pregunta se encuentra la formación y el aprendizaje en técnicas de autocontrol, la asertividad, la relajación y el autoconocimiento. Los grupos de trabajo para compartir el manejo de determinados pacientes; la implementación de circuitos de atención multidisciplinaria, o incluso buscar ayuda profesional o legal son ejemplos en esta dirección para abordar el estrés que determinadas situaciones que pueden producirse en el profesional.

 

Otra característica relacionada con la inteligencia emocional asociada al cuidado que el profesional debe considerar es la asertividad o la capacidad de afirmar y defender argumentando la propia postura. Esto aparecerá en forma mucho más natural si el profesional cuenta con el conocimiento adecuado, ha incorporado habilidades de comunicación para poder explicar adecuadamente los conceptos y cuenta con un conocimiento de sí mismo. Esta asertividad, al igual que todas las habilidades, se puede entrenar a fin de que sea mucho más fácil tomar el control del clima dentro de una situación, evitando promover emociones negativas en el interlocutor.

 

Es real también que, dentro de la práctica clínica, surgen momentos en los que el profesional se siente incómodo ante determinado paciente o situación. Esto puede ocurrir con personas con las que no se sienta simpatía, con personas que se muestren exigentes o desconfiadas, con pacientes que estén pasando por un momento difícil con un diagnóstico complicado. Para todas estas situaciones el nivel de autoestima del profesional podrá colaborar o no en un buen manejo de la inteligencia emocional. Personas con una autoestima alta se adaptarán mejor a los conflictos o a las situaciones estresantes que deben atravesar; mientras que un nivel de autoestima bajo se asocia con un mayor desgaste profesional.

 

Si no se cuenta con las habilidades necesarias para que la inteligencia emocional se despliegue en forma fluida hay dos tipos de estrategias factibles de aplicar: la reevaluación cognitiva y/o la supresión expresiva.

 

Conclusiones

El Servier. Vol 3. Num 11. Pag 155-160. Julio-septiembre 2014